Algo estaba mal.
Phoebe se asomó por la ventana y lo supo de
inmediato. El exterior era poco más que un oscuro vacío, interrumpido, aquí y
allá, por perezosas luces y, en un punto preciso, por la luna llena. La única
iluminación que había en aquella habitación era la que entraba por la ventana,
de la luna, por ello el rincón más alejado era también, el menos iluminado de
la habitación.
Phoebe se volvió en aquella dirección
haciendo crujir el cuero de sus zapatos de tacón alto cuando escuchó un extraño
ruido emerger de aquella insondable oscuridad, le parecía un sonido familiar,
cuando algo emergió de la sombra supo lo que era: de nuevo era el crujido del
cuero de sus zapatos como si se tratara de un eco, solo que, claro, no se trataba
de un eco. De la sombra emergía un doble de ella, ataviada con la misma ropa
que ella, pero con una expresión totalmente distinta en rostro. A diferencia de
Phoebe, el rostro de su doble no mostraba expresión alguna, como si aquella
cosa no pudiera sentir la extraña sensación que flotaba en el aire y que para
ella era tan evidente. Era, quizá su propio terror; el terror de verse ante sí
misma.
―¿Qué buscas?―le preguntó su doble.
―La verdad―respondió, y aquello salió de su
boca más escupido que hablado. Lo cierto es que ella no tenía la menor idea de
que estaba diciendo.
―¿Sobre qué?―su doble aún no mostraba
cambio alguno en su expresión facial, sin embargo se había acercado lo
suficiente para que Phoebe pudiera ver cómo cada arreglo en la chaqueta de
cuero de su doble era exactamente igual que el de la suya, para que pudiera ver
como su rubicundo cabello caía sobre suavemente sobre sus orejas. Aquella cosa
era como un espejo, la única diferencia consistía en la expresión del rostro de
su doble.
―Sobre por qué escondes todo lo que es
importante.
―¿No esa, acaso, la opción más inteligente?
Tú eres totalmente vulnerable en cambio a mí nada puede hacerme daño. Soy
intocable, mi corazón es como la piedra. No te aferres a la esperanza, abandona
tus sentimientos y sé cómo yo, inmortal.
Phoebe no contestó, ni siquiera sabía que
había dicho, una horrible jaqueca azotaba su cabeza y zumbaba en sus oídos como
furiosas avispas.
―Convénceme―suplicó susurrándolo y
arrepintiéndose al momento de haberlo pedido.
Una sonrisa apareció en los labios de su
doble. Había algo malo en aquella sonrisa, pero Phoebe no sabía el qué. Aquella
sonrisa parecía inconsistente en aquel rostro, como si fuera un error de la
naturaleza, como si aquella aberración fuera imposible.
―Sabía que lo pedirías―afirmó su doble al
fin―. Ven acompáñame.
―¿A dónde vamos?―preguntó ella temerosa
cuando su doble la cogió de la mano y cuando pudo sentir como el frio de las
manos de su doble se propagaba por todo su cuerpo.
La sonrisa ya había desaparecido del rostro
de su interlocutora cuando le susurró tranquilizadora, acercando sus labios
coloreados por el carmín:
―Tranquila, no vamos demasiado lejos. Solo
tenemos que acercarnos a la ventana y abrirla.
―¿Abrirla?―preguntó ella temiendo escuchar
la respuesta. El insondable e incognoscible vacío que se extendía en el
exterior le provocaba un profundo pánico.
Phoebe esperó viendo como blancas nubes de
vaho salían de su boca entreabierta por la sorpresa, pero su doble no
respondió, aún ocultaba su rostro junto a su oído, y ella casi pudo ver como
sonreía malévola, con aquella sonrisa imposible. Algo jaló entonces una de las
solapas de su chaqueta de cuero y se vio a sí misma caminando en dirección a la
ventana, aunque claro, no era del todo ella misma. Se acercó donde su doble,
bajo la poderosa luz plateada de la luna y esperó intranquila mientras su doble
levantaba los seguros de las ventanas y mientras esta ponía las manos listas
para empujar las hojas de la ventana y abrirla a la oscuridad, a la oscuridad
vacía del exterior.
―¿Lista?―preguntó su doble sin inflexión
alguna en la voz. Phoebe se limitó a asentir con la cabeza. Su doble empujó
entonces las hojas de la ventana que chirriaron ligeramente sobre sus bisagras
antes de quedar totalmente abiertas; una fuerte ráfaga de viento entró entonces
por la ventana abierta y tiró al suelo algunas cosas que había en la
habitación. Su doble se llevó las manos al rostro para cubrirse, pero, al ver
que aquello no bastaba, dio un precipitado salto hacia atrás dejándola
solitaria ante la ráfaga que se movía de forma errática y que, tras dar un
paseo por la habitación, volvía a su punto de origen. Aquello la ponía en el
centro de la fuerte ráfaga que ya la obligaba a avanzar contra su voluntad
hacía la oscuridad del exterior.
Phoebe cerró los ojos cuando el pánico la
dominó totalmente. Algo le tocó el hombro entonces y, tras abrir los ojos y
comprobar que no estaba muerta, se percató que estaba en un sitio absolutamente
distinto. La iluminación era absolutamente diferente pues el cielo era celeste
y el sol sonreía en él, verdes pastos se extendían hasta la lejanía, coloreados
aquí y allá por el amarillo seco que pronosticaba el otoño.
―Bienvenida―le dijo sarcásticamente, pero
sin sonreír, su doble.
―¿Dónde estamos?―preguntó ella confusa.
Su doble la sujetó por los hombros y la
obligó a volverse haciendo presión. Cuando Phoebe bajó la vista se encontró
mirando un lapida; un gemido de terror escapó de sus labios cuando leyó el
nombre.
―Tranquila―le pido su doble que se agachaba
sobre la lápida y dejaba una flor sobre ella―es la mía no la tuya. Necesito―le
pidió tras ponerse de pie―que leas la fecha.
Phoebe bajó la vista y leyó los ocho
números; los primeros cuatro correspondían a los de su fecha de nacimiento, los
últimos cuatro, probablemente, eran los de su fecha de fallecimiento.
―¿Por qué me muestras esto?―le preguntó
cuándo recobró la voz.
Su interlocutora no respondió, en cambio,
le sujeto las manos y le pidió:
―Cierra los ojos.
Phoebe hizo así e inmediatamente la invadió
un frío que la hizo estremecerse. Algo había malo en aquello. Sentía la nariz
congelada y sus extremidades también, como si estuvieran en un sitio totalmente
distinto pues la calidez del sol sobre su piel se había extinguido y ahora solo
quedaba el frío en los huesos. Un trueno se escuchó a la lejanía e
inmediatamente sintió como la lluvia fría se colaba bajo su ropa.
―Ábrelos―le pidió su propia voz al oído.
Cuando lo hizo estuvo ciega durante un tiempo pues sus ojos no estaban
acostumbrados a la oscuridad, pero, cuando finalmente recobró la vista, su
doble la miraba a la cara―¿Estás bien?―interrogó.
―Sí―respondió―¿Dónde…?―silenció en tanto
vio la misma lapida que antes había visto: el nombre era el mismo, pero los
últimos dígitos eran diferentes.
―Esta es la tuya―dijo su doble mientras se
agachaba para dejar una flor sobre la lápida.
Ambas se mantuvieron en silencio durante un
tiempo relativamente largo.
―No has logrado convencerme―dijo por fin
Phoebe comprendiendo lo que quería enseñarle su doble; su tiempo de vida era la
mitad que el de su doble.
―Una pena que te resistas tanto a desaparecer.
Desconozco cuál es el propósito de que te quedas aquí, dentro de mí―le dijo
Phoebe a la verdadera doble.